Delito es quebrantar la ley (y esta ha de ser igual para toda la ciudadanía).
Si un juez o un funcionario dictan a sabiendas una resolución injusta, cometen un delito denominado prevaricación. Y si es una autoridad, un cargo público electo, es decir, un político, también.
Igualmente, para los mismos sujetos, es delito de malversación si estos sustraen o consienten que un tercero lo haga caudales o efectos públicos que tienen a su cargo.
Así lo establece el DRAE, sin entrar en honduras del derecho.
Ellos, los políticos del nombre de esta entrada, como haría cualquiera en su lugar, están agotando todas sus energías en encontrar una salida lo más digna posible para defender tanto su honor como su honra, tanto declarando su inocencia como clamando a los cuatro vientos su orgullo por el trabajo que han desarrollado en beneficio de miles de andaluces (algo que deriva a explicar la usura del porqué del voto cautivo; no sé si lo han tenido en cuenta).
A lo largo de 30 años, que dan para mucho, han pasado por diferentes fases, cuyos extremos son estos dos: de prohombres de la patria meridional (gracias a la inútil competencia de una estéril e impotente oposición) a títeres burlados y maniatados por fuerzas emergentes de ignotas consecuencias, dentro del propio partido y fuera de él. Y en los últimos meses han dicho es que soy aforado, es que la jueza provincial nos tiene más que manía y no nos fiamos de ella, es que el TS es el que debe imputarme y aún no lo ha hecho, es que ya me ha imputado pero voy a presentar un recurso, es que yo como me juego la inhabilitación y, sobre todo, la cárcel no renuncio al escaño porque me voy a comer un sandwich mixto, es que voy a entregar mi acta de diputado pero cuando me convenga, no cuando tú me lo digas, es que el partido soy yo hasta que tú ganes por mayoría absoluta.
Y mientras tanto el Inconsistente, el Bocazas y la Buenaesperanza de Triana no saben ya qué hacer ni qué decir para salvar los muebles de una casa derruida y en peligro inminente de desahucio político.
En la mili solo aprendí dos cosas: a liar pitillos de legionario y a saber que para dar una orden antes hay que tener la certeza absoluta de que esta va a ser cumplida a rajatabla.